La
resurrección es un elemento esencial para la historia de la Salvación
cristiana, por cuanto sin ella la Iglesia no podría anunciar ninguna
Buena noticia de salvación para nadie, como lo afirma el mismo San
Pablo: “Si Cristo no fue resucitado, nuestra predicación ya no contiene
nada ni queda nada …”
La resurrección de Jesús no tuvo testigos
directos, pero los creyentes aseguran que sólo basta con revisar sus
evidencias o indicios contenidas en las sagradas escrituras (el sepulcro
vacío, la aterrada reacción de los soldados romanos ante la aparición
del ángel, la decisión de los fariseos de pagarles para que guardaran
silencio, el relato y llanto de las mujeres y la reacción de los 11
apóstoles ante la presencia del Resucitado). Los mismos apóstoles, que
primero reaccionan con incredulidad y con miedo ante la presencia de
Jesús, después de hablar y comer con él se transforman en promotores
enfervorizados del Evangelio. En los Hechos de los Apóstoles Pedro
afirma que «Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte»,
concluyendo que “sepa con seguridad toda la casa de Israel que Dios ha
constituido Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros
crucificasteis”.
Para algunos estudiosos, el problema con la
resurrección de Jesús no estriba tanto acerca de si resucitó o no, sino
en la forma cómo resucitó. A la luz de las Santas Escrituras, por lo
menos, Jesús habría resucitado de entre los muertos con el mismo cuerpo
físico con el que murió. Este cuerpo resucitado no habría sido un sueño,
un recuerdo, una aparición o un espíritu, sino que un cuerpo
glorificado o cuerpo glorioso (no está situado en el espacio ni en el
tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando
quiere). Por ello en los capítulos postreros de los Evangelios Jesús es
descrito como una presencia real y carnal: come, camina, deja que lo
toquen y platica con sus discípulos.
Los teólogos afirman que la
resurrección de Jesús arroja varias conclusiones: Dios estaba de parte
de Jesús y no de sus detractores; rehabilita la causa y la persona del
Nazareno, demostrando que es el hijo de Dios, el Cristo y el Mesías
esperado; establece una nueva meta de la historia, haciendo surgir una
fuerza dinámica y un nuevo programa de vida para cada ser humano y,
finalmente, se establece un nuevo horizonte para la vida y un nuevo
sentido para la muerte. A partir de Jesús la vida es un sendero que se
puede recorrer con esperanza, ya que la muerte no es el fin del hombre,
sino sólo un medio para volver a su destino final: reunirse con su
Creador.
Los mismos teólogos concluyen, finalmente, otras tres
cosas: la resurrección de Jesucristo testifica el inmenso poder de Dios
mismo; creer en la resurrección es creer en Dios; Y en la resurrección
de Jesús de la tumba, Dios nos recuerda su absoluta soberanía sobre la
vida y la muerte.
Fuente: http://www.guioteca.com/
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domingo, 7 de abril de 2013
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