Es, sin duda, uno de los hechos más prodigiosos descritos por la Biblia y el que ha hecho correr más ríos de tinta por parte de teólogos y creyentes. La crucifixión y muerte de Jesús, y su posterior triunfo sobre la muerte es, además, uno de los pilares de la doctrina y teología cristiana, ya que fundamenta la doctrina de la salvación al posibilitar la redención de todo el género humano (castigado desde el Pecado original), abriendo la posibilidad de que cada ser humano, tras su propia muerte, pudiera gozar también de la vida eterna en la Gloria de Dios.
La existencia de Jesucristo está comprobada históricamente (tanto así que la historia humana se divide en antes y después de Cristo). Sin embargo, lo que hasta el día de hoy constituye un verdadero enigma es saber que ocurrió exactamente en ese tercer día, después que Jesús fuera juzgado, condenado, crucificado, muerto y sepultado en la tumba proporcionada por José de Arimatea.
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Mientras María Magdalena rompía a llorar, una segunda voz le habló a sus espaldas: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella contestó: “Porque se llevaron a mi Señor y no sé donde lo han puesto”. Al decir esto, se volvió hacia atrás y vio allí a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Ella, creyendo que era el encargado del huerto, le dijo: “Señor, si lo has llevado tú, dime donde lo has puesto y yo lo tomaré”. Jesús le dijo: “María”. Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Rabbuní! (Maestro)”. Jesús entonces le dijo: “…Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán».
San Lucas detalla posteriormente que “…ellas regresaron del sepulcro y contaron todo a los once y a todos los demás, pero a aquellos estas palabras les parecieron un delirio y no las creían. Mas Pedro se levantó y se fue corriendo al sepulcro; se asomó y sólo vio los lienzos, y regresó a casa maravillado de lo ocurrido”.
La segunda aparición de Jesús ocurrió en el camino a Emaús. Acompañó a dos peregrinos y, si bien conversó y caminó con ellos gran parte del recorrido, éstos no lo reconocieron sino hasta que llegaron a la aldea y el Maestro se hubo despedido de ellos.
A continuación se apareció a sus discípulos, quienes en ese momento se encontraban comentando los reportes de la supuesta presencia de su fallecido Maestro, según relata el mismo San Lucas. “…Estaban hablando estas cosas, cuando Jesús mismo se apareció entre medio de ellos, diciendo: “La paz sea con vosotros”. Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y les dijo: “¨¿De qué os turbáis y por qué se levantan dudas en vuestros corazones? Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Dicho esto les mostró las manos y los pies (con las señales de los clavos). Y como ellos aún no creían de pura admiración y alegría, les dijo: ¿Tenéis algo de comer? Y le dieron un trozo de pez asado. Lo tomó y lo comió en su presencia”.
Durante este encuentro se destaca la terca actitud de Tomás, quien se negó de plano a reconocer que Jesús había resucitado. Sólo cuando el Nazareno lo invitó a tocar la llaga de su costado y Tomás palpó la herida causada por la lanza, éste aceptó el portentoso milagro. Jesús sólo se limitó a hacerle una cariñosa amonestación: “Tú crees porque has visto. Felices los que creen sin haber visto”.
La Biblia, finalmente, cuenta que tras llevar a los mismos discípulos y a unos 500 seguidores cerca de Betania, Jesús los bendijo mientras comenzaba su ascensión hacia los cielos, para sentarse a la derecha de Dios y cumplir la profecía del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: “A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás” (Dn 7, 14).
Fuente: http://www.guioteca.com/
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